¿Qué más puedo decir, después de haberme
hundido tan alto? Se vuelve a fumar en la punta de los dedos, en la Media Luna
Fértil de este tiempo… ¿mejor? Desde luego, me siento mejor —mucho mejor— que
un trapo: me deslizo sobre la suciedad, sí, y no me sobra de nada. Así que
tendrás que invitarme a cenar o largarte, todavía no lo he decidido. En fin, me
levanto del suelo, aún maltrecho, y me desmorono escaleras arriba, que es lo
mío. (A veces, arriba es abajo). Quizá por eso algunas mañanas no puedo moverme.
Y, sin embargo, ya sabes, tengo que hacerlo.
¿Se puede saber de qué te ríes? La noche está
llena de hormigas que me recorren en sueños.
¿Qué más puedo decir, si casi perdí la vista
escudriñando mi propia nunca ante el espejo? Sí, y me dejé las uñas y hasta la
piel de los nudillos recluido entre dos enormes signos de interrogación, ¿pasa
algo? Sí, y también tuve que dejar pasar varios trenes para encontrar mi
gentilicio. Mi gentilicio, ¿te imaginas? ¿Y ahora, qué? ¿Se puede saber qué
hago yo con eso? Total, que no me has dicho nada de mis zapatos nuevos, pero
puedo apreciar el silbido metálico de los pájaros muertos. Su melodía de amor y
tiempo perdido nos hace envejecer rápidamente.
No sé, quizá sea mi culpa que por ti no pasen
los años. La noche está llena de hormigas que me escupen al pasar.
Pero ¿qué más puedo decir? Ha pasado tanto
tiempo… Sí, desde que la luz amarillenta de las farolas se derramó sobre
nuestros rostros enfermos. Lo recuerdo bien: la nostalgia ya acariciaba las
esquinas de los árboles secos, afilados, aun antes de que todo terminara. Pero
¿realmente ocurrió de esa forma? La verdad es que, por aquel entonces, no podía
dejar de mirarte —ni de toser—, así que tuve que inventarme los detalles. Y, ahora, deprisa, avisa a los bomberos (¿no ves que estoy en llamas?) y
diles que soy un caballo loco, el rey de la autopista.
Igual son los otros quienes sueñan con insectos, ¿quién sabe? La noche está llena de hormigas que se esfuman al amanecer.